Una historia cultural del pene.

David M. Firedman.

Editorial Océano. México, 2010.

Me entusiasmó saber que era la 1a edición, sin embargo, me desencanté un poco cuando me percarté que en inglés apareció desde 2001, no obstante, vale la pena leerlo porque hace referencia a muchos autores que hemos revisado, un sin fin de libros que hemos leído e invita a consultar otros.

Es un texto con 360 páginas y tiene muchas ilustraciones en blanco y negro que, a mi juicio, no son de la mejor calidad y eso es una verdadera lástima porque las imágenes son muy interesantes, tendremos que buscarlas en internet.

La obra inicia con la narración de como una mujer es torturada, hasta la muerte, durante la cacería de brujas ocurrida durante los siglos XIV a XVII; los tormentos a los que eran sometidas servían para que se confesaran culpables de lo que fuera; los torturadores se sentían muy satisfechos cuando ellas declaraban que habían adorado el pene del diablo. El miembro masculino era considerado como algo pecaminoso  por ello: Lo que definía la santidad de María era su falta de contacto con el pene. No obstante, en culturas como las de Sumeria, Egipto y la India  el pene no era considerado como una amenaza sino que era un principio de creación.

El autor señala a la circuncisión como el pacto que los hebreos establecieron con su deidad pero menciona como griegos y romanos detestaban esa cirugía, hecho que se observa en sus estatuas; menciona el Epispasums, estrategias para revertir la circuncisión a la que recurrieron judíos conversos.

Menciona que en Grecia los penes grandes no eran los más atractivos y agrega que la pederastia era cosa común entre tutor y pupilo pero como una especie de pedagogía del placer y no necesariamente como homosexualidad, cosa no compartida por Aristófanes quien se burlaba de muchos filósofos clásicos.

Quizá algunos de los primeros anuncios aparecieron en burdeles en forma de imágenes de penes. Narra como algunos sacerdotes encargados del culto de Cibeles se castraban: … el templo de Cibeles permaneció hasta el siglo IV en el lugar que ahora ocupa la Basílica de San Pedro. Algunos romanos ricos tenían sirvientes eunucos que también usaban como amantes.

La castración entre los cristianos también ocurrió, ejemplos sobran; en la secta de los valensianos se castraban a sí mismos para asegurar la felicidad eterna pero también a sus huéspedes. Los Skopzi una secta rusa del siglo XVIII también lo hizo y quizá el más famoso fue Orígenes (185-254), uno de los principales interpretes de las escrituras se castró, me parece que ya no hay muchos sacerdotes que se castren aunque a veces el pueblo así lo quisiera. Agustín de Hipona (354-430) dijo que el hombre nace contaminado por el pecado, sin embargo, tiene una frase por demás interesante que pronunció cuando joven y tenía pareja: Señor, dame castidad pero, no ahora; sincero el muchacho.

El autor hace una interesante reflexión sobre el desnudo de los griegos y el desvestido de los cristianos y dice que Aquino perpetuó la satanización del pene iniciada por Agustín.

Nos invita a consultar: The Sexuality of Christ in Renaissance Art in Modern Oblivion. Varios pintores se atreven a pintar los genitales de Jesús a diferentes edades, ya que se trata de un hombre que elige, según ellos, no ejercer su erotismo.

Habla más adelante de los descubrimientos anatómicos desde Da Vinci, Vesalio, Leeuwenhoeck, Graaf, Harvey, Paracelso y comenta: El derecho canónico prohibía la amputación o destrucción de cualquier parte del cuerpo , excepto para salvar una vida, Pero la iglesia toleraba a los castrati sobre la base de que la música creada por este medio honraba a Dios. Habla de Tissot, Kellogg  y Graham igual que de un sin fin de estrategias para disminuir los impulsos libidinosos.

Nos ilustra de como los blancos consideraban como inferiores a los negros por tener penes más grandes y de como mucho del racismo se relaciona con esa diferencia que se vivió como una amenaza.

Capítulo importante es el dedicado a Freud ya que se observa como el pene deja de ser algo diabólico para convertirse, casi, casi en objeto de culto. Sigmund enfatiza la importancia masculina cuando describe el complejo de Edipo, la envidia del pene y sobre todo con su insistencia en la supuesta superioridad del orgasmo vaginal  sobre el clitorídeo que tanto abrumó a millones de mujeres, durante años. Es conveniente señalar, que casualmente, sus más entrañables defensores fueron discípulos a los que psicoanalizó como: Helen Deutsch, Marie Bonaparte (quien pagó su rescate durante la II Guerra Mundial) y Stekel.

Como sin querer aborda el episodio Clinton/Lewinsky.

Menciona que la lucha de las feministas por la equidad cuestiona un sin fin de las afirmaciones machistas.

Habla de las aportaciones de Masters y Johnson, algunas de las cuales derribaron muchas de las falacias del psicoanálisis.

Hace un análisis de las estrategias para curar la disfunción eréctil, algunas de ellas lucen en la actualidad como muy agresivas pues ensayaron injertos de testículos de animales; injerto de costilla en el pene para producir erección aunque los materiales fueron cambiando con el tiempo, hasta llegar a la prótesis hidráulica de Bradley Scott. Narra la anécdota del Dr. Brindley quien en una reunión científica de urólogos les demostró (en vivo) cuan efectiva eran los fármacos inyectables para producir erección, para terminar con esa obsesión por la funcionalidad que lleva al uso del Viagra.

Describe también las posturas de algunos profesionales de la Sexología (Bancroft entre otros) que estuvieron en desacuerdo con la postura mecanicista pues aseguraban que las erecciones no dependen sólo de lo biológico sino que están determinadas también por lo cultural.

Es un libro por demás interesante que nos hará releer muchas obras y lanzarnos a la búsqueda de otras.

Una historia

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