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Los adolescentes

Michel Fize.

Editorial Fondo de Cultura Económica. México, 2007.

1a edición en francés 2002.

El autor es un sociólogo francés por demás controvertido que, lejos de aceptar las propuestas de inmediato las somete a juicio, y quizás por ello me gustan muchos de sus análisis.

En este libro, pese a que es de sólo135 páginas, hace un interesante y peculiar análisis de la adolescencia.

Afirma, sin mencionar dónde, que el término adolescencia aparece en el francés desde el siglo XIV, lo cual significa que sería más antiguo de lo que se pensaba.

Estoy de acuerdo cuando señala, que la adolescencia se ha hecho sinónimo de problemas, y que por ello se ha medicalizado. Menciona la gran cantidad de prohibiciones y evidencia la carencia de propuestas. Llama la atención frente al hecho de que según Jeammet: “… sólo 20% se enfrentaría a una forma más o menos aguda de crisis, la cual por lo demás, podría tener su origen en trastornos anteriores correspondientes a la infancia”. Ante varios señalamientos más valdría la pena considerar: “¿qué hacemos como sociedad para facilitarles el tránsito por esa etapa?”. Siendo sinceros, pareciera, que con gran frecuencia nos afanamos en ponerles obstáculos.

Pero algo de lo que más me agradó fue el señalamiento en torno a que, los adultos podemos tenerles bastante envidia.

Comparte varias definiciones y sentencia: “… la adolescencia no es un estado natural de la existencia, sino una construcción social y remata: El surgimiento de la edad adolescente data en realidad de fines del siglo XIX, con el desarrollo de la enseñanza secundaria”. Habla de la masificación de este fenómeno y queda claro que para un sin fin de empresas los adolescentes son potenciales clientes que cada vez, tienen mayor poder adquisitivo, y por tanto vale la pena crearles necesidades.

Insiste en que se trata de un hecho cultural que cada vez comienza más temprano y termina más tardíamente.

Describe algunos de los cambios puberales y brevemente menciona como influyen las exigencias sociales en la anorexia, bulimia y vigoroflexia.

Nos lleva a reflexionar y a recordar esas épocas de gran religiosidad, idealizaciones, agilidad mental, debates inacabables y apabulla a muchos cuando añade: “En suma, la adolescencia es menos una ‘edad crítica’ que la edad de la crítica”.

Pero toca también temas estremecedores, como el suicidio, y que resulta impostergable no sólo analizar sino hacer algo al respecto; dice que la escuela: “… se ha convertido a lo largo de lo años en una ‘fábrica de excluidos’”; si volteamos la cara a nuestra realidad nos percataremos que sus afirmaciones continúan vigentes porque son pocos los que terminan una carrera universitaria, pocos los que alcanzan un trabajo y menos los que tienen una adecuada remuneración.

Incursiona por los diferentes tipos de relaciones de este sector poblacional y se advierte que persisten un sin fin de prejuicios; pone en entredicho la educación mixta y eso me hace recordar la propuesta de la “Coeducación”.

Recapacita sobre el hecho de que “La adolescencia es el tiempo de la afirmación, antes que el de la oposición”, luego de lo cual podremos entender el porque de algunos de sus comportamientos. “En cierto modo, hay que parecerse a los demás y distinguirse de ellos al mismo tiempo”.

Toca el fenómeno de las bandas o del gusto por agruparse, las cuales no siempre son agresivas pero también nos habla de esa extraña atracción, sobretodo entre los varones, por las actividades riesgosas.

El tema de las relaciones sexuales también es abordado y destaca la influencia de los medios de comunicación en el sentido de animar al destrampe sin la existencia de un equilibrio, ni siquiera en la escuela.

Habla de las drogas que van desde el tabaquismo a otras más peligrosas, tópico que nos llega muy de cerca y que se relaciona con otros factores como el desencanto de los jóvenes ante una sociedad, que poco les ofrece frente a la ilusión de ganar dinero, a manos llenas y de inmediato.

Nos dice a los progenitores “¿Acaso habrán olvidado que educar a los hijos no consiste en mantenerlos bajo el techo familiar, sino en preparar su salida al mundo?” Frente a los temerosos padres a los que se les ha cambiado el esquema en un giro de 180º sitúa al joven que: “Ya no sueña con un mundo perfecto. Sólo desea que el mundo actual sea más justo, más equitativo”. Pero de inmediato nos habla de lo fácil que resulta que los jóvenes delincan y de nuevo nos estremece “… preguntémonos si los adolescentes no son violentos también porque la sociedad es violenta, delincuentes porque la exclusión se encuentra en todas partes. Nadie nace delincuente”.

Relata cuán desilusionados de la sociedad están los jóvenes y concluye “¿Acaso no resulta en efecto peligroso mantener a todo un grupo de edad (que ya tiene cierta madurez personal) apartado de las responsabilidades”.

Me parece que es un libro apto para todo público, recomendable para los progenitores e indispensable para quienes se desempeñan en el ámbito de la sexualidad. 

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Caso 2

Debe quedar claro que, si bien la Dra. Frankinsex se enfoca a la problemática específica para aplicar el tratamiento pertinente también revisa puntos que, en apariencia son intrascendentes, pero que por su cotidianeidad generan resentimientos de difícil solución. Su fama ha traspasado las fronteras de la Delegación Cuauhtémoc y por ello le llegó este caso proveniente de uno de los muchos consultorios ubicados en Palmas.

Urubatao Bruguera Picolomini pese a tener apellidos de tanta prosapia también llegó a la clínica, no por su voluntad sino más bien por exigencias de su esposa la cual siguió los consejos de un reputado dermatólogo, el cual le envió a la Dra. Frankinsex los siguientes datos:

Los primeros años de casados la Sra. Catalina Chávez de Urubatao usaba la taza de baño de su recámara, aunque había otro par de baños en la casa, se sentía más cómoda en ese. Mujer moderna, de esas que prestan servicios en asociaciones filantrópicas y que dirigía su propia empresa siempre andaba con prisa, el tiempo a penas le alcanzaba, por eso fue que tardó tanto tiempo en detectar aquello. Un día en que, cosa rara disponía de todo el tiempo para estar a sus anchas, después de bañarse procedió a ponerse crema en todo el cuerpo como siempre se lo habían recomendado sus amigas; en esas estaba cuando al mirarse en el espejo notó una especie de tatuaje en derredor de las nalgas que abarcaba hasta la parte media y posterior de los muslos. Pensó que se había recargado en algo pero por más que se ponía crema las manchas permanecían en su lugar. Se calmó y compró una de esas cremas que anuncian en las madrugadas en la televisión pero, el panorama o mejor dicho, las manchas siguieron sin disminuir; alarmada acudió con su ginecólogo.

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Espero que no sea una enfermedad maligna dijo el galeno, después de un minucioso examen físico que duró más de los 15’ que solía dedicarle en cada consulta. Se mostró tan desconcertado que incluso sugirió una biopsia pues en su vida jamás se había topado con un caso semejante. Médico viejo y por tanto precavido la mandó a dos laboratorios para que tomasen las muestras y sugirió que los resultados se los llevara a un extraordinario dermatólogo. Cuando la esposa de Urubatao acudió a la interconsulta llevando los resultados, el dermatólogo procedió a inspeccionarla provisto del instrumental más moderno, dudaba un poco de su diagnóstico y fue entonces cuando abrió los reportes de ambos laboratorios, los cuales confirmaban su sospecha. Suspiro tranquilo pues al principio se desconcertó, después iba a estallar en sonoras carcajadas pero hizo bien en contenerse frente a la paciente y con tono serio pero, pleno de optimismo le dijo:

Al parecer UD ha desarrollado una reacción no sólo alergénica sino también de hiperpigmentación a cristales de urea, 

¿Es mortal Dr.? 

Pues no, definitivamente no. 

¿A qué se debe Dr.? ¿Tengo que vivir con ello toda la vida? ¿Existe tratamiento y qué tan efectivo es? 

Podemos decir que es una complicación hasta cierto punto benigna pero que puede exacerbarse e incrementar la pigmentación. En realidad se debe a que la orina de esposo le produjo una reacción alérgica, la cual puede ceder si él deja de salpicar la tapa al orinar o UD usa otro baño.

Aquí debemos agregar una información que resulta pertinente: El aludido, desde que tiene memoria se ha negado a levantar las tapas de los inodoros, de modo que con singular frecuencia, los deja perlados; lo malo es que a veces se secan las gotas urinarias  y por tanto no se notan.

De regreso a su casa decidió llamar a la Dra. Frankisex, los datos se los proporcionó el dermatólogo, obtuvo una cita para el siguiente lunes. Acudió a la clínica acompañada de su cónyuge. Ella pasó primero con la doctora, le explicó el problema y la especialista le aseguró: En menos de 10 sesiones solucionaremos el caso. Hágalo pasar, por favor Dra. y no repare en gastos.

Cuando Urubatao entró al consultorio no comprendía nada del diálogo y menos aun cuando le dijeron que debía quedarse, pero cuando se le mencionaron las reiteradas quejas de su esposa les restó importancia, y aseguró que por nada del mundo cambiaría sus hábitos urinarios. Dos fornidos enfermeros lo llevaron a una habitación, se había decidido su internamiento inmediato en la clínica.

Esa noche durmió gracias al tranquilizante que le administraron; al despertar a duras penas recordó donde se encontraba y mientras imaginaba que lo someterían a interminables charlas llegaron de nuevo los enfermeros con un suculento desayuno. Lo acompañaron al baño donde se duchó y se puso una bata de papel, “Lo que hacen con tal de no contaminar”, pensó. Lo guiaron a una sala donde le pidieron entrara a una cabina donde apenas cabía, es decir, no podía moverse, igual le llamó la atención que no había modo de abrirla desde dentro;  pensó que le tomarían unas placas radiográficas de seguro para determinar el estado de su próstata pero, se sorprendió al notar que lo transportaban fuera de la clínica y después de un par de horas de camino, por rumbos desconocidos, tendieron la cabina de modo que el quedó acostado.

 

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¿Dónde diablos me trajeron?” No pasó mucho tiempo cuando escuchó ruidos, miró hacia arriba y se atacó de risa porque un sujeto beodo, a más no poder, luchaba para bajarse el cierre del pantalón y “Hacer de las aguas”; fue en ese momento cuando la risa se trocó en una mueca de espanto, terror y asco. El Sr. Bruguera, muy decente balbuceaba:

Deténgase; por favor no lo haga; estoy atrapado acá abajo, no puedo abrir y me mojará”, pero sus súplicas fueron inútiles y cortadas por un líquido caliente y amarillento que en generosas cantidades le suministró el borracho aquel. Cuando cesó el diluvio y se sintió empapado hasta los huesos, hizo de tripas corazón y pensó en lo que debería hacer.

 

Cuando llegue otro mión lo insultaré y le gritaré, tan fuerte que no le quedara más remedio que escucharme y sabrá que algo anda mal”.

El iluso ignoraba que la cámara había sido diseñada para que ningún sonido pudiese salir de ella, pero además, un ingeniero industrial a quien apodaban “El Mago” había colocado espejos en los mingitorios de modo que Don Urubatao pudiera ver a la perfección y de cuerpo entero, desde varios ángulos, a los usuarios de los indoros. No tuvo que esperar mucho a que apareciera Don Próspero, chelero (chela = cerveza) de corazón y quien presumía de no levantarse al baño antes de haber tomado un cartón de cervezas; según él había que: “Mear mucho y hacer espuma” y así lo hizo; por supuesto jamás escuchó que Don Urubatao se desgañitaba. Comenzó su obra como quien no quiere la cosa, poco a poco hasta que un potente chorro inundó la cámara del paciente; cuando, por fin concluyó de expulsar varios litros de líquido pestilente, Urubatao estaba más cubierto de espuma que niño en el Zócalo en fiestas navideñas; lo peor según contó más adelante fue que, cada vez que una burbuja reventaba lo volvía a mojar. Otro maquiavélico mecanismo impedía la salida de la orina y balanceaba la cabina de modo que el sujeto podía en un descuido ahogarse en esos pestilentes fluidos.

Apenado reconoció que la hora de desistir había llegado, se sintió incapaz de soportar aquel tormento, sin embargo, todavía permaneció en la misma posición (calado hasta los huesos), dos largas horas más que se le hicieron una eternidad.

Al llegar a la clínica no lo sacaron de la cabina, por medio de un tubo le hicieron llegar los alimentos y así se durmió tiritando de frío y… de asco.

Al siguiente día cuando lo iban a trasladar a la pulquería “Sal si puedes”, apenado reconoció su derrota. Como para reforzar la cosa le amenazaron que si no cambiaba sus hábitos urinarios, lo internarían de nuevo y lo llevarían a: estaciones de camiones foráneos de tercera categoría; a los baños del mercado de la Nueva Atzacoalco; a “La hija de los apaches”; a cabinas de baños portátiles y a los baños de los reclusorios de la ciudad, incluido el del Torito.

Don Urubatao se dijo curado de inmediato, la Dra. Frankinsex le creyó y le sugirió realizará los famosos ejercicios de Kegel, consistentes en contraer los músculos que rodean la uretra, varias veces al día, de ese modo dejaría de gotear y además tendría un mejor control de su eyaculación…