Varón, cómo mejorar tu erotismo

Por Francisco Delfín Lara

Este relato se refiere a un tiempo pasado o mejor dicho a un tiempo que quisiera hubiéramos superado, esto es que las cosas ya no fueran como lo aquí narrado, pero tú me ayudarás a dilucidar si tengo razón o no. Así que escucha y opina, por favor.

Aunque una gran cantidad de personas insistía en que la actividad sexual debía ser algo sumamente placentero, la realidad es que la sociedad nos proveía con pocas estrategias para alcanzar tal fin. La socialización impartida a la inmensa mayoría de los varones de sociedades como la nuestra enfatizaba que, debía ser un individuo a quien sólo le atrajeran las personas del otro sexo. Quizá por ello no se le hablaba de selectividad, al contrario, se le hacía saber que debía sentirse atraído por cualquier tipo de mujer. Jamás se le dijo que  procurara el disfrute de la otra persona, nada de eso, más temprano que tarde introyectaba que lo importante era penetrar y por supuesto eyacular.

Por otro lado, puede afirmarse que a la mujer el tema de la sexualidad le estaba vedado y se consideraba de mal gusto que insinuara algún interés por el mismo.

Como bien sabemos los factores adquiridos, en los primeros años de nuestra existencia, repercuten en nuestras actuaciones y querámoslo o no también se manifiestan a lo hora de tener relaciones sexuales.

Describo a continuación una serie de estereotipos masculinos que existían y me permitirán desarrollar el tema.

  1. El funcionalista: para el sujeto que se hallaba en la parte superior de esa escala erótica, cada experiencia sexual se presentaba como una magnífica oportunidad donde demostrar su potencia; pero para el que ocupaba la parte inferior de la misma, cada actividad sexual se constituía como una terrible prueba. No obstante, para ambos la erección era la parte medular del acto, siguiéndole en importancia la eyaculación, más allá de sí se alcanzaba o no el orgasmo. Tengamos presente que aunque eyaculación y orgasmo, la mayoría de las veces suceden al mismo tiempo, son fenómenos diferentes. Queda claro que lo fundamental era el adecuado funcionamiento. La erección era la prueba máxima de masculinidad, de ahí que muchos parfraseaban a Rene Descartes diciendo: “Se me para, luego existo”. El no tener la erección hacia que el individuo se sintiera humillado y poco hombre.
  2. El focal: a veces se detenía en una región corporal específica, casi siempre la misma ignorando el resto. Pechos, nalgas y genitales, eran las áreas donde con mayor frecuencia concentraba su atención. Solía dar unos cuantos toques hasta que se excitaba y entonces procedía a penetrar.
  3. El gran pretencioso: es el que afirmaba conocer, incluso mejor que su propia compañera, las caricias idóneas para excitarla y llevarla al orgasmo. Si ella se atrevía a decirle que prefería otras distintas intentaba convencerla de que nada sabía al respecto, o se retiraba indignado y ofendido por no apreciar sus esfuerzos.
  4. El gaucho veloz: para este varón lo más significativo era responder de inmediato. Por lo general tenía una erección instantánea seguida de una, no menos rápida, eyaculación. Desde el punto de vista reproductivo actuar de ese modo se constituía como una ventaja, pero para su pareja que posiblemente buscaba placer, las altas y cotidianas velocidades sólo significaban malestares, frustraciones y a la larga: RESENTIMIENTOS.
  5. El insaciable: estaba convencido de que su apetito sexual era el idóneo. Desde tiempo inmemoriales la inmensa mayoría de la gente ha creído que los varones son quienes tienen mayor deseo sexual. En la actualidad y aun antes de la pandemia, cada día son más las parejas donde las quejas en torno a las pocas relaciones sexuales son emitidas por las mujeres. El no aceptar que mi compañera tenga un mayor grado de deseo que el mío origina una gran incomodidad en vista de que no encaja en lo estipulado por la sociedad y puede llevarme a que la acuse, al menos de… ninfómana.
  6. Bicman o el hombre “Bic”: Aseguraba que no sabía fallar, no obstante, ante la más leve modificación en su rutina  amatoria, este varón experimentaba algo de miedo y en el supuesto de que las modificaciones aumentarán o hubieran insinuaciones inesperadas el miedo se transformaba en pánico.
  7. El torero: para este individuo la relación sexual se dividía en tres tercios: en el primero daba unas cuantas caricias y de inmediato llamaba a los picadores, esto es en el segundo tercio acontecían la penetración y eyaculación; en el tercero, aunque soñaba salir en hombros o dar la vuelta al ruedo por su magnífica actuación, solían no alcanzarle las fuerzas y simplemente se dormía.

Quiero enfatizar que estas caricaturas son fruto de mi mente perversa, cualquier semejanza con algún conocido de antaño o de la actualidad, es pura y simple coincidencia.

Me gustaría que ese tipo de hombres hubiese evolucionado, pero en el supuesto de que aun existan, sugiero aprovechen la encerrona obligatoria y ensañen algunas de estas estrategias que quizás les permitan disfrutar más, en pareja los encuentros eróticos.

  1. Un poco de flexibilidad: lo ideal es tener en mente que el encuentro con la compañera es un acto en el que se busca pasarla bien y no siempre debe finalizar con un coito.
  2. Considerar a las caricias como valiosas en sí mismas: Es evidente que algunas nos gustan más que otras pero no por eso han de menospreciarse. Si somos capaces de mantener alejada de la mente la idea de la obligatoriedad de la penetración podremos disfrutar tocamientos que en primera instancia no son elevados a la categoría de erógenos.
  3. Disminuir nuestra sensibilidad a la crítica: Si conseguimos esto podremos ser mejores amantes. Cuando se hace cualquier tipo de programa una de sus partes más importantes es la evaluación del mismo. Por medio de esta actitud las acciones se afinan y es posible una mejora sustancial. Lo mismo ocurre tratándose de las expresiones sexuales.
  4. Erotizar mis acciones: considerar que cada uno de los momentos es único y por tanto insustituible. Cada vez que mis manos la tocan es una oportunidad para dibujar de nuevo su silueta; cada palabra murmurada en el oído es algo así como agregar eslabones a una cadena que en esencia le enfatiza que la deseo; cada mirada es como un manto que la cubre para que pueda admirarla más y mejor; cada vez que aspiro su aroma es como si ella me penetrara y tomara posesión de mí; cada vez que gusto sus diferentes sabores tengo la impresión de que apenas la conozco pero quedo conminado a seguirla disfrutando.
  5. Jugar con picardía: El acto sexual puede ser serio porque implica, sobre todo, acuerdo pero no tiene porque ser solemne y mucho menos acartonado. Se vale divertirse, variar, inventar y olvidarnos del: sale pan con lo mismo.
  6. Aceptar, sin temores cuando ella sea propositiva: esto es, erradicar de nuestra mente la sentencia que me señala como quien debe llevar la pauta a la hora de hacer el amor. Nada más alejado de la realidad, esta es una actividad compartida que se enriquece en la medida en que ambos contribuyen con su imaginación y creatividad.
  7. Agradecer que tiene conocimientos sexuales y disfrutarlos, en vez de romperme la cabeza intentando imaginar como pudo adquirirlos.
  8. Saber que ella no es una posesión mía a la que puedo usar cuando se me dé la gana. Mi pareja es un ser humano, con el cual no siempre habrá coincidencias, pero cuando ella accede a mis peticiones, lo correcto es actuar en consecuencia.
  9. Ella tiene derecho al placer sexual: es mentira que cuando dos se aman con uno que disfrute, basta. Hacer el amor es un proceso en el cual, los integrantes de la díada se aventuran a la búsqueda de satisfactores, para ambos. El placer se percibe a lo largo del acto y seguramente, después del mismo.
  10.  Nada de cumplir: esta actividad alcanza sus máximas realizaciones cuando se lleva a cabo por mutuo acuerdo. Si se ejecuta a modo de tarea, cansa y produce bastante dolor.
  11.  Olvidarse del orgasmo al mismo tiempo: Las modas cambian a cada rato. Primero dijeron que las mujeres no disfrutaban y por lo tanto, el hombre se centraba en su propio placer. Después se mencionó que podían llegar a un orgasmo o a muchos, dependiendo de la pericia del varón. Más adelante alguien sentenció que alcanzar el clímax al unísono es la máxima experiencia. La realidad es que el orgasmo es un disfrute individual durante el cual uno tiende a aislarse del mundo. Me parece que lo ideal es colaborar para que ambos disfruten en vez de empecinarse en, sincronizar los cronómetros, ya que eso suele ser un distractor capaz de producir frustraciones.

Quiero finalizar señalando que menciono los cambios que a mi juicio requerimos los varones pero, me parece que ambos miembros de la pareja tienen que poner de su parte para elevar el grado de disfrute y conscientizar que el erotismo no sólo está presente en las cercanías del lecho. En la medida que me muestre atento e interesado por mi pareja ella me corresponderá. Siempre será bienvenida esa señal indicadora de que no sólo la amo sino que la deseo. Jamás se cansará de escuchar frases tiernas, afectuosas y por supuesto también apasionadas. Despleguemos todas las estrategias necesarias para cumplir con aquella sentencia que nos ubica como el animal más erótico. Aprovechemos todos los recursos con los que contamos para alejarnos de esa añeja tendencia al sufrimiento.  Disfrutemos cada instante al máximo sabiendo que el placer sexual no es algo malo y puede incrementarse en la medida que lo compartamos con nuestra pareja.

Bibliografía:
  • Delfín Lara Francisco. Le daré otra oportunidad. En Sex populi. Editorial Alfil. México, 2009:39
  • Roels Rick & Janssen Erick. Sexual and Relationship Satisfaction in Young, Heterosexual Couples: The Role of Sexual Frequency and Sexual Communication. J Sex Med 2020;17:1643e1652

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